Navidad en Santa Marta Navidad en Santa Marta Full view

Navidad en Santa Marta

Por Darío Ernesto

Estas palabras fueron hechas para aquellas personas que tienen el recuerdo de vivir una navidad en Santa Marta, a orillas del mar Caribe y que tal vez hoy se encuentran lejos, pero mantienen vivos en su memoria los olores, los colores, las vivencias y el sentir de pasar esta bella época en la tierra del olvido, que también es del recuerdo y de la nostalgia.

Playas de Santa Marta en diciembre

Cuando llega diciembre en Santa Marta todo cambia. El clima es diferente, más amigable. La ciudad renace de la mano de los innumerables turistas que la visitan. La población de la ciudad se duplica, los pájaros se despiertan más temprano y los conjuntos vallenatos de la playa tocan canciones más sentidas. En la Avenida Quinta los comerciantes hacen su agosto en diciembre, porque en agosto el calor no los deja. Al final del año Santa Marta pareciera levantarse de una siesta de media tarde que duró más de once meses.

Durante la niñez los mejores momentos de la vida, no del año, ¡de la vida!, ocurren en navidad y fin de año. Ser niño en navidad y vivir a orillas del mar Caribe es sinónimo y derecho de pasarse todo el día jugando y corriendo hasta que se acabe la tarde y el sol se oculte detrás del mar. Entonces vienen los mosquitos, que ya no son tantos, porque se ha ido la lluvia; los grupos de juego se detienen, a los niños los mandan a bañar para cambiarse de ropa y comer. Después llega la noche y con ella los juegos en su versión nocturna: el escondido, la lleva, el quemado, el yermis, entre tantos otros. Las mamás, que en la mañana gritaban para que no se asolearan, en la noche lo hacen para que no se arrastren. Son comunes expresiones como:

«¡Niño! ¡Levántate del suelo que te ensucias! Mira, vas a queda’ todo arrastraito».

La Lleva
El Yermis

Alguna vez tuve la experiencia de vivir una navidad fuera de casa. Ya era un adulto. Fue en una gran urbe, igual a muchas otras urbes, de edificios enormes, grandes obras de cemento, avenidas sin final, lluvias frías, días grises. De esas ciudades en las que los días pasan entre largas jornadas de estudio o trabajo y la vida más que vivirse se sufre, pero que durante navidad son abandonadas como en un simulacro de evacuación. Esa vez, por mi trabajo, no pude irme y tuve la oportunidad de contrastar lo que entonces me parecieron dos mundos tan lejanos. Aquellas calles solitarias eran tan diferentes a la vivacidad que tiene el Caribe justo en la misma época.

El Rodadero - Carpas, mar azul

Las palabras son pocas para describir la soledad que se siente un 24 de diciembre, en un apartamento demasiado pequeño, pero no lo suficiente para no hacerme sentir el único ser humano sobre la tierra. Cené y miré televisión como en un día cualquiera y me acosté temprano, pero no pude dormir pensando en las casas que visitaba cuando era niño para hacer La Novena, en el sonido de las maracas y los sonajeros mientras cantábamos “Vamos, pastores vamos” o “Ven, ven, ven… ven a nuestras al almas Jesús…”. Casi podía sentir el olor de los buñuelos, el dulzor de la gelatina y el helado, el sabor de la gaseosa burbujeante en vasitos plásticos que nunca fue más agradable. Pensaba en los paseos con la familia para ver las luces en el Parque Simón Bolívar y en las calles adornadas del Centro y Mamatoco; las parrandas en Pescaito, la música por doquier.

Buñuelos de queso, típicos colombianos
Gelatina navideña

Pensé que el fin de año sería mejor en la gran urbe. Compré, sin hacer fila en el supermercado, una botella de vino, un jamón gourmet en promoción y esperé mirando por la ventana de mi apartamento, sin dar crédito a las calles vacías e inertes. Solo recuerdo haber visto pasar a dos personas, era una pareja que caminaba de prisa no sé si por el frío o tal vez por el temor de que los atracaran. «A qué le temen, pensé, si hasta los ladrones se fueron de vacaciones». Esa noche soñé con la voz efusiva de un locutor de radio que en los parlantes de cada casa en Santa Marta anunciaba: “Pilas, que se está acabando el año…” seguido por el sonido de una sirena de emergencia y la canción de “Faltan Cinco Pa’ las Doce”. Pude sentir la suave astringencia de las uvas en mi paladar y una angustia existencial recorrió de nuevo, como cuando era niño, todo mi cuerpo en forma de un hormigueo que me hizo levantar de la cama para llorar de amor y de nostalgia.

Niñas samarias sonriendo

Solo en ese momento supe el significado más profundo de vivir esta época rodeado de las personas que dan sentido a lo que hacemos y de cómo el entorno mágico de Santa Marta nos envuelve, sin darnos cuenta, en momentos de alegría y extrema felicidad. Supongo que esa es una de las mayores virtudes que tiene nuestra ciudad, hacernos felices sin que nos percatemos de ello.

Por eso no te olvides de cuidar tu tierra y expresar el amor a tus seres queridos, no importa la fecha del calendario. En navidad aprovecha para abrazarlos todavía más fuerte y disfrutar incluso más de toda la alegría que ofrece Santa Marta.

Written by ViveCaribe

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